martes, 6 de marzo de 2007

¡Que hacer con Independencia!


(…a veces uno no sabe bien porqué le preocupan ciertas cosas. Este artículo lo encontré buscando una foto de la avenida, sin siquiera saber lo que dice. Por favor, léanlo!)

Lo advierto altiro: soy un pegado. Peor: me interesan temas que no tengo con quien conversar. Y soy visual, me gusta mucho mirar y conocer sitios, calles, cités, viejas plazas enterradas entre avenidas abandonadas por el dios del urbanismo.

Una de esas avenidas es Independencia. No entiendo cómo, cuando estamos a punto de celebrar nuestro bicentenario de Independencia, esta avenida sigue tan botada como cuando creíamos que este país sería para siempre un reducto de cretinos y cretinas deprimidas.

Comienza en nuestro río Mapocho, custodiada por una iglesia gótica preciosa y una piscina de estilo Art Nouveau (no sé si es exactamente ese estilo, pero se parece). Empalma como una hermosa solución de continuidad desde el Parque Forestal, la Estación Mapocho y el río, justo donde está uno de los pocos puentes peatonales y el único construido en acero, como si fuera el puente de un penique de Dublín. Este puente une el Mercado Central, nuestra propia Boquería, con el mercado tradicional de las flores de Santiago. Los primeros edificios de la avenida son construcciones de principios del pasado siglo, de tres o cuatro pisos, que si se miran rápido podrían perfectamente ser un trocito de París o Roma. Y no sólo eso, una visión optimista podría seguir mirando aquellos edificios que aun quedan de un pasado de ciudad grande, de ciudad citadina y urbanita, como las dos iglesias que a su derecha se levantan y que en muchos sitios del planeta serían imanes para turistas. Pero la visión termina rápido.

Porque justo detrás de la hermosa iglesia gótica del inicio de la avenida se levanta, como un hongo feo (porque los hongos y champiñones no son necesariamente feos), un edificio de material ligero de color mostaza, sin personalidad, sin siquiera un indicio de algún gusto arquitectónico de algún momento de la historia. Es, simplemente, anodino.

Quiero parar aquí porque a veces lo feo tiene encanto. El hormigón a la vista, sin detalles, funcional, es en sí una invitación a entenderlo y a comprender que su personalidad es esa, es la fortaleza del hormigón, como el complejo de departamentos que está detrás de la USACH, antes de la Quinta Normal.
Igual el vidrio, aunque no sea más que una estructura informe de material transparente, se vuelve camaleónico, toma el entorno y lo refleja, llevando a los mirones a buscar la imagen rara, el ángulo en que se ve algo distinto o quizá reproduciendo el entorno.
Incluso las paredes desnudas de ladrillo, cemento o madera tienen una progresión, una forma que termina dando un tipo raro de encanto. Y que traspasa su fortaleza o rugosidad a sus vecinos, a los que por cualquier razón viven en este lugar.

Paro aquí otra vez porque éste es un punto crucial entre ser pobre y ser rico. La elección es la mayor de las cualidades humanas: la posibilidad de decir “yo elegí esto”, es la base de la dignidad. Puede ser que por eso se equivocara el comunismo: la elección te hace responsable, responsable es igual a decir dueño de tu opción. Pero no “binaricemos”: el criticar a un lado no significa estar de acuerdo con el otro. Porque la elección y la dignidad conllevan necesariamente la organización, la creación de reglas y de opciones, muchas de las cuales no están presentes en la opción capitalista. Es una visión reduccionista pero a buen entendedor, pocas palabras.

El problema es lo anodino. De cualquier material, esos hongos feos llamados edificios que se des ordenan en nuestra avenida Independencia hacen que el pasar por ella tenga algo de mortuorio: muchas veces, al pasar por ahí, me siento como transitando por una herida abierta, donde los bordes desgajados aun se puede sentir que duelen. Un palacio destruido, una hilera de paredes víctimas de un ensanchamiento sin anestesia, un hermoso reducto de casas obreras abierto en su entrada, como si una hilera de tanques hubiera pasado sin honor por ahí, dejando panfletos de “no innovar”.

Porque este es otro problema de la avenida Independencia: hasta llegar al hipódromo, las casas que se esconden y que comienzan desde esta avenida, a ambos lados, muestran conjuntos armónicos de casas, departamentos, de hogares donde viven santiaguinos de los más antiguos. De esos tiempos en que la clase media veía estos barrios como hoy vemos a Ñuñoa o Providencia. Porque no podemos, no debemos olvidar que la clase media, la especie extinta de los países en desarrollo, aun vive dentro de sus casas de Independencia. O San Miguel, otro caso a comentar más adelante, igual que Recoleta, la avenida La Paz y otras que ya comentaremos.

Da gusto nostálgico pasearse por las calles Inglaterra, Bélgica y otras de ese barrio. Para el lado sur, son casas del estilo “Ley Pereyra”, con jardines, plazas, pequeñas aceras con árboles: casas que sólo se pueden comparar a los barrios clásicos irlandeses, y donde cualquier español, griego, portugués, italiano o francés desearía vivir. Son calles con estilo, con un pasado que muestra otra visión de la vida. Y de la construcción.

El máximo encuentro con este pasado lo encontramos justo al pasar por el hipódromo: el borde que lo separa de la avenida Independencia está hermoseado con casas casi victorianas, de dos pisos, puertas hermosas y un pequeño antejardín. Sin el cablerío, las rejas obligadas y el desastre urbano de enfrente, serían nuevamente un lugar donde pagaría por vivir. Yo y un montón de europeos, aquellos descendientes de la mayoría de nosotros que hoy en día se hipotecan con departamentos sin vista a ninguna parte, sin poder soñar siquiera con un jardín. En la vieja Europa, nuestros barrios más antiguos serían parte obligada en las visitas de aquellas manadas de turistas.

Sólo llegaré hasta el borde del hipódromo hoy. Porque es justo ahí donde se encuentra uno de los pocos bastiones de urbanismo moderno rescatable hoy en día. En la rotonda que esquina el hipódromo, existe una plaza verde. Todos los días hay trabajadores preocupados de ella, dando la impresión de ser los cuidadores del único reducto que queda de un pasado más humano, y también parece ser una semilla, el manchón verde desde el que podría comenzar a mejorar el entorno de la querida avenida Independencia. Un lugar donde se realiza una buena parte de la investigación científica de nuestro país, con algunos de los mejores y más conscientes científicos de este lado del cono.
Esa semilla verde me produce contradicciones. Según el día, me enrabio contra sus trabajadores, pensando que es poca valentía el no atreverse a verdear las calles de enfrente de la plaza, ni siquiera más allá. Otro día pienso en que son ellos el mejor ejemplo de cómo un municipio puede generar empleos siempre necesarios ayudando a darle plusvalía a un barrio con la cara sucia. Y que son ellos un muestra viviente que la belleza es siempre recuperable, con algo de agua, constancia y un diseñador.

Depende de cómo sea mi día la visión que tengo de ellos. Bueno, es lo que hay, soy nada más que un transeúnte de paso entre las faldas de los cerros y nuestro querido Santiago.Luego sigo. Espero contestación. Pero tengo algo importante que decir: hay un chico, chica o un grupo, no lo sé, que creo que también les importa esta avenida. Sus graffitis (que más que eso son obras de arte, con seres vitales que aparecen superponiendose a estas estructuras anodinas) son el mejor incentivo para querer esta avenida. Porque, primero, hay que buscarlos, hay que mirar la calle para encontrarlos, y en ese proceso es cuando te das cuenta de lo que te rodea. Bravo por ellos! Por darle un cuento a paredes anodinas, por animarme a mí y a otros a buscar sus rastros por la ciudad y en especial por la avenida Independencia.

viernes, 23 de febrero de 2007

Bucle


(“Un bucle en programación es una sentencia que se realiza repetidas veces”.
Wikipedia)



-“Si se sigue moviendo así le voy a pegar un tiro. Lleva tres días hablando tonteras. Me pone nervioso oírlo siempre con el mismo cantito, y no soy capaz de entender que dice”.

Deja la taza de café en la ventana y gira.

-“¿Qué es ese lugar? Porque en la entrada no dice nada y, como están las cosas por aquí, no voy a salir al pueblo a preguntar. Pero me puedo hacer pasar por uno de ellos, tengo la bata y, con que diga cosas ininteligibles, seguro que me toman por uno de ellos”.

-“Pero puede que no te dejen salir”.

-“Bueno, entonces digo que soy un periodista infiltrado, que me envía la BBC, o no, mejor ¡la CNN! y seguro que salgo”.

-“Haz la prueba”.

-“Mejor me quedo por ahora, e intento ver que dicen. ¡Pero llevo días! ¿O semanas? tratando de entender que dice ese, el que se asoma ahora. Otra vez, ya empezó con su cantito, y este calor que me pone más nervioso... aunque afuera hagan cinco bajo cero, aquí siempre hace este maldito calor...”

Toma la taza y enciende un cigarrillo.

-“Hay que hacer como los árabes, que toman cosas calientes para combatir el calor del desierto. Entiendo muy bien por qué son tan religiosos. Cuando no tienes a nadie a quien atribuirle tus infortunios o tus alegrías, ni un árbol, ni un monte Fuji, sólo arena y sol, y tu cabeza, y tus pasos lentos de fatiga y paciencia. Solo. Y tu jornada de ir de aquí a allá, contando los sorbos de agua de tu bolsa. La nimiedad es algo que no debe existir en el desierto. Todo es imprescindible, incluso el sol. Y comprendes que las cosas no existen por si solas, no existen para dar belleza ni para dejar que tus ojos se entretengan en un par de mariposas. La nada en que se mueven las cosas en el desierto las obliga a ser cooperantes. Todo coopera con todo, y la muerte es un proceso que necesita la sequedad y el calor para ser recordada. Si algo tiene el desierto es que trata bien a sus muertos, y para los que ahí nacieron la mortandad es parte del proceso, ni un principio, ni un fin. Por eso es que son tan religiosos, porque el orden de las cosas es único y constante, y el orden genera veneración”.

Deja su taza de café en la ventana.

-“Ya se fue, y otra vez no entendí lo que decía”.

Se acerca a la puerta del fondo, con la taza entre las dos manos. A su derecha hay una mesita de noche y una cama mullida, cómoda. A su izquierda hay un ropero, con ropa de abrigo, muchas camisetas blancas y una bata blanca.

-“Cuando pienso en el cantito de ese hombre, cuando le veo mover los labios, pienso que su mirada fría no concuerda con sus palabras. Parece hablar amablemente, como si cantara una canción de cuna, o como si estuviera dando explicaciones a su madre antes de que esta descubriera que había hecho una travesura. Como si sus pensamientos lo atormentaran y no aguantara más con su secreto. Y va ¡y lo suelta al aire! No hay nadie que lo escuche, mira a lo lejos sin esperar otros ojos, mira como si hubiera perdido la esperanza de que su madre aparezca de pronto y le diga “ya está, ya hemos llegado, puedes bajar del coche cariño, hemos llegado a casa”.

Las cenizas del cigarrillo de han mantenido pegadas al cigarrillo como por arte de magia, y al apagarlo deja caer las cenizas al suelo antes de llegar al cenicero.

-“¡Mierda! Voy a ir al pueblo a comprar un cenicero más grande”.

Mientras se gira, sus zapatos se manchan con las cenizas de cigarrillos que nunca llegaron al cenicero, no al menos en los últimos cinco años. El doctor Varela había llegado hace tiempo, y nunca se adaptó del todo a su celda.

martes, 20 de febrero de 2007

La Fe (II)


En el ordenador suena la música de Aretha Franklin, es un disco antiguo pero remasterizado... suena como tener a la Aretha en la cocina.

Dos niños están desde hace rato aburridos en la vereda de la casa con música de Aretha. Se aburrieron de jugar a la pelota y disfrutan del sol y la música. Uno de ellos dice: "me gustaría tener ese disco".
El otro contesa: "Pregúntale si te hace una copia"
Se miran y no hacen nada por un rato.

Hay sol y brisa, no pasan autos y es vacaciones. Dentro de la casa vive un chico joven de treinta y tantos, con su novia. Él es buena onda, pero los chicos de afuera no lo saben. Su novia es linda de cara pero muy flaca.

Escuchan a Aretha mientras preparan el almuerzo: una ensalada de hojas verdes, con queso, pesto, tomate de campo en trozos grandes y puede ser que pollo. Las cortinas se mueven con el airecito. La puerta de calle es de esas con mampara y puerta de calle, la primera está junta y la de afuera abierta.

"Cerveza o vino?" pregunta él, sabiendo la respuesta: "¡Vino! Las chelas son con limón y no para comer". Él prefiere hacer ver que no conoce todos sus gustos...

Termina una canción. Empieza otra.
-"¿Entremos?" dice un chico.
-"Me da lata..." dice el otro.
-"Pero si a tí te gusta esa música"
-"Pero me da lata. Entrar"

Mientras miran al suelo uno se acuerda de lo que decían en la tele en la mañana: un pastor, no un cura, decía en la tele que la fe mueve montañas. Que si tienes fe, todo puede resultar.
-"¿Entremos?"
-"Para que..."
-"Le pedimos que nos grabe el disco"
-"... bueno".

Entran a la casa y no hay nadie en la sala. Está el computador y los dos chicos quedan extasiados. Es un modelo increíble. Es pequeño, suena como un equipo y no pesa nada. Se miran. Lo miran. No aparece nadie.

-"Robémoslo"
-"¡Qué?!"
-"Tenemos que sacarlo justo cuando acabe la canción, así tenemos tiempo para salir y arrancar"
-"¡Nicagando! No voy a robar ese equipo!"
-"Ya, ta terminando. Yo lo agarro y tu me abres la puerta. Si te pillan aquí te van a hechar la culpa a tí"

El chico no sabe qué hacer. Si está tan decidido, no puede hacer nada. Ya están dentro de la casa, no puede gritar porque seguro lo van a retar y lo van a llevar a su casa y se le acabaron las vacaciones. Pero si no ayuda a su amigo, se le acabaron las vacaciones también. No hay más amigos en el barrio. Que hacer. Sin querer se pone a rezar.

Con la flaquita terminaron de hacer la ensalada. Aretha había terminado un canción. Pero todavía no la aliñaban:
-"¿Qué le ponemos?"
-"¿De qué?"
-"A mí me gusta ponerle un poquito de mostaza disuelta en yoghurt"
-"Y el buen limón?"
-"Llevemos los dos"

El niño sigue rezando en la sala.

"Señor, por favor, que no nos pillen. Señor, tengo fe. Que ellos no dejen de escuchar a esta señora que canta en mucho tiempo. Gracias señor". No para de rezar en ningún momento. Su amigo agarra el computador y se lo lleva.

Mientras se da vuelta para salir con los aliños, el novio pregunta:
-"¿Y si le ponemos aceite mejor?"
-"Para que, el aceite engorda"
Y él piensa que no le haría mal un poquito de aceite, entonces.
-"Pero igual lleva este poquito, por si acaso".
Y la flaca para, vuelve a la mesa de la cocina y toma el aceite. Y una bandeja.

Él seguía parado ahí, rezando. Su amigo no volvió a buscarlo. Salío rezando, con los ojos casi cerrados, no sentía el sol ni la brisa. Rezó hasta que llegó a su casa, y siguió rezando, mientras su madre hacía el almuerzo y su padre arreglaba la piscina armable en el patio, atrás.

Juntos salieron al comedor, con las manos ocupadas y él pensando en que el aceite le gusta más que el limón, y ella en que le va a dar un uso distinto a ese aceite en cuanto terminen de almorzar.

Pasaron por la sala. Aretha sigue cantando sin parar. Aun sin el computador, ambos escuchan la voz de esa madre del soul, inspiración para muchos. Luego de la comida, untaron el aceite en toda la piel de la flaquita y se lo comieron igual, aunque ahora con carne cruda, y Aretha siguió cantando hasta que se aburrieron de escucharla. Incluso en ese momento, ella siguió cantando.


La Fe


Con las ventanas abiertas, una pareja toma el sol y se preprara un par de traguitos, para hacer hambre antes del almuerzo. Son dos semanas de vacaciones, y por fin el computador de Lucho dejó de funcionar con planillas de cálculo y mails inalámbricos: ahora sólo se usa para tocar música y, literalmente, dar la hora en el protector de pantalla. Para la Lucía, estos días sirvieron para enamorarse por fin de su marido, y Lucho ahora la encuentra más rica que nunca.
Es que está más rica que antes: de pronto la flaquita dejó de mimarlo en general, pasó de decirle ratoncito a llamarle Lucho y ya no lo toquetea como a a los hijos de una prima. "Como que ahora me mira y me ve, como se se sacó un celofán que tenía encima" que hacía un ruido sordo y llenaba de nada el espacio entre ellos. Como igual estaba enamorado de ella, la nueva sensación le dejó fascinado.
Lucía se dió cuenta que su marido era mucho más carnal que lo que ella conocía. Nunca había querido compararlo con novios y otros rollos anteriores: él era para casarse y no quería tener los celos y los malos ratos de las relaciones que había conocido. Por eso, y porque él estaba entero enamorado de ella, era fácil mantener una distancia saludable. No había problema, eran fieles ambos y había mucho tiempo por delante como para que los miedos cayeran poco a poco.
Pero las cosas habían cambiado, estaban tan entusiasmados la otra noche que Lucía dejó toda etiqueta y se puso a jugar con su marido como si fuera un rollo nocturno, algo que los dos conocían muy bien pero que no querían repetir de nuevo.
Porque ahora la cosa era en serio, no se podía jugar con el matrimonio.
Pero cuando se fueron a la cama fue como si no se conocieran. Ella lo trató como si no le importara y el se le vino encima hasta que quedó debajo. Y sucedió lo mejor: mañana siguiente, aun restos de vino en el suelo de la pieza, y Lucía amaneció abrazada como nunca al tipo con que se había acostado. Lucho despertó pensando en qué era lo raro: primera vez que quería que lo abrazaran tal y como lo estaban abrazando en ese momento.
Como corresponde, ninguno de los dos comentó la jugada. Pero sin querer siguieron jugando: ninguno de los dos sabía muy bien que era lo nuevo, pero como además lo cotidiano se les daba bien, le agregaron a la buena y santa rutina unas miradas de... "¿Y tú? ¿Qué te hiciste?"

lunes, 19 de febrero de 2007

llegué recién


Ya van casi seis meses, pero llegué recién. Estuve fuera durante algún tiempo, casi seis años, y los ojos se me acostumbraron a mirar como extranjero. Pero ahora estoy nuevamente en la ciudad y lo primero raro es ¿por qué digo "fuera" en vez de "lejos"?
Ha de ser porque cuando uno llega a Santiago cae desde las nubes y la nieve a la pista de A.M.B... O porque aquí estoy dentro de lo mío, en mi lado de la cancha. Pero no tengo equipo y he de entrenar solo durante un tiempo, hasta que las caras se pongan amigas, hasta que me maneje nuevamente como local. Suerte tengo de estar enamorado de una mujer fuerte de carácter y sonrisa cobertora, casados por pura pasión y con buenos tiempos por delante. Juntos vinimos de vuelta y así vamos explorando y aprehendiendo la ciudad.

Igual eso suele ser complicado: acostumbré a mis ojos a re-cordar Santiago, su luz, sus sombras, sus veredas. Las caras y las casas.
La luz de tarde de Roma es como la de los campos de Temuco. Es igual.
Las lomas de Irlanda son espejos de las de Chiloé.
Las calles de Dublín son como Ñuñoa.

Eso, que me acostmbré a ver Chile en otros lugares. Y ahora veo los recuerdos con escepticismo. Y de a poco se vuelven a mezclar la imagen y la piedra, el asfalto y los verdes infaltables en Santiago. Porque desde que llegué me empezó a gustar más esta ciudad de lo que la recordaba. Y ese es todo un tema.
Es el primer tema de esta bitácora. La ciudad, la calle perra y santa. Cada día más amable, pero sin dejar de ser la misma fea y polvorienta. Los malls no pudieron cargarse Santiago; le dieron un antagonista a las calles de siempre, pusieron un "otro" para comparar y defender.

De eso y otros temas va este blog, un beso a todos.

Por si quieres leer algo, mira esta revista:

http://www.bifurcaciones.cl/002/reserva.htm
"El urbanismo como modo de vida", Louis Wirth. colección.reserva
Revista bifurcaciones